"El segundo balneario del país, que recibe 25.000 turistas, carece de las comodidades elementales". El titular de Ecos Diarios del 16 de junio de 1939, alude a un artículo del periódico capitalino La Prensa.
Si bien en la actualidad podría verse como un negativo golpe publicitario para nuestra ciudad, en aquellos años, cuando el turismo todavía no era un fenómeno popular, como fue a partir de los años 50, era una dura crítica a la conducción política del momento, pero que no hacía peligrar la afluencia de turistas hacia nuestra ciudad.
Porque en aquellos años, como desde principios de siglo, la ciudad se ubicaba como segundo destino turístico de la provincia de Buenos Aires, detrás de Mar del Plata.
Era la era dorada del turismo necochense, la que acuñó aquel viejo slogan de "la playa del suave declive". Cuando los contingentes turísticos estaban integrados casi exclusivamente por representantes de la clase alta, que llegaban a los hoteles de la naciente Villa balnearia para instalarse durante un mes.
Epoca de hoteles magníficos, como La Perla, el Necochea Hotel y otras gigantescas construcciones que se levantaban peleándole metros a las dunas.
Según una crónica de los años 20, "la playa, que constituye uno de los encantos más apreciables de la moderna ciudad, es, al decir de los que la conocen prácticamente y conocen otras del territorio de la provincia, la mejor y más segura".
"Está circundada por varios hoteles de esmerado confort, casino y dos ramblas, una particular y la otra oficial, que está actualmente en construcción, la que una vez terminada costará 1.000.000 $ m/n. Tendrá 150 metros de longitud por 5.500 metros de superficie cubierta. La construcción es de cemento armado y parte mampostería, con reboques imitación piedra. Será provista de obras sanitarias. Entre las muchas comodidades, se destacará el gran casino y salón de teatro-biógrafo", agregaba el cronista.
"La rambla particular es del señor Fernando Sampietro, y aunque su construcción es de madera, presenta un digno aspecto y a la vez reune buenas comodidades".

Costumbres de antaño
Hasta fines de la década del 20, cuando se construyó el Puente Colgante, para llegar desde Capital Federal y otras ciudades ubicadas al Noreste, había que cruzar el Río Quequén en balsa.
Por esta razón, desde fines del siglo XIX, el medio de transporte más cómodo para llegar a Necochea era el tren, ya que el puente ferroviario permitía cruzar el cauce de agua de la forma más rápida.
Debido a ello, las mejores estadísticas de arribo de turistas a Necochea eran las realizadas por el personal del Ferrocarril Sud. Según Ecos Diarios, desde el 1º de noviembre al 31 de enero de 1925 al 31 de enero de 1926, habían arribado a Necochea 2.168 turistas.
Las estadísticas publicadas el 30 de marzo de 1926 revelaban que desde el 1 de noviembre de 1921 habían llegado a nuestra ciudad un total de 3.785 personas.
Sin dudas, las cifras eran pequeñas considerando los 43.647 turistas que llegaron en enero pasado a Necochea a través de los ómnibus, pero hay que tener en cuenta la época.
En aquellos años, por ejemplo, el turista arribaba a la ciudad a la Estación de Trenes y podía desde allí tomarse un tranvía, que circulaba por la actual calle 62 hacia la avenida 59, rodeaba la plaza y luego tomaba hacia la Diagonal, denominada entonces Avenida Atlántica, por donde se dirigía a la Villa.
La ciudad era muy distinta a la actual. Los automóviles circulaban por la izquierda, como lo hacían en Inglaterra y todas las calles y avenidas de la ciudad estaban arboladas.
El ejido de la ciudad se concentraba aún alrededor de la plaza Dardo Rocha y entre las otras tres plazas: la de las Carretas, la Isabel La Católica y la ubicada en 74 y 75. Las calles, por cierto, tenían nombre y no número.
Las costumbres de los necochenses eran distintas. El servicio eléctrico todavía no era regular y el cinematógrafo, era la diversión favorita de los vecinos en años que la televisión todavía ni se imaginaba.
También las costumbres playeras eran distintas. La gente iba a la playa con sus mejores galas y mucha ropa. Señores con trajes de tres piezas, corbatas, zapatos y sombrero, se reunían a dialogar a orillas del mar.
Las señoras también iban vestidas con sombreros, trajes y chalinas, sin olvidar las sombrillas al tono.
Los picnics en la playa implicaban traslados en masa, en los que no faltaban los músicos con sus instrumentos.
Los bañistas, sin embargo, debían respetar el denominado reglamento de baños, que impedía que los señores se acercaran demasiado a las damas, pese a que las mallas de estas ocultaban más de lo que dejaban ver.
Sin embargo, la opinión general de los bañistas de entonces no era muy diferente a la de ahora: Necochea, la mejor playa argentina.

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