Del niño surgen (incontenibles) tantas palabras como si el alma se hubiera volcado a través de su boca
Habla, hijo
Y chorrea sermones sobre los castigos divinos a los que serán sometidos los que reniegan de Dios
Habla, hijo
Y los mares parecen salirse por entre sus dientes, furiosos
La tormenta arrecia su lengua inocente
¿Viste a Dios hoy, padre?
Y el poeta ateo se escandaliza ante los ojos del niño
Yo no te enseñé nada de Dios, quiere gritar
Pero el hijo vuelve a la carga: ¿viste a Dios hoy, padre?
¿Qué versos escribiré ahora?
Me hundo en los infiernos
Ni Dios me salvará, dice el poeta
¿Viste a Dios hoy, padre?
¿Por qué te empeñas en negarlo?
¿Por qué escribes versos muertos? Si yo soy la vida
Escríbeme, padre
¿Dónde está Dios cuando las pesadillas me rondan?
¿Por qué debo ser poeta? ¿Por qué me has maldecido con el don de la palabra?
Quiero ser el padre de ese niño
Aparta de mí ese cáliz
No quiero ser poeta, si las palabras me condenan al infierno
Quiero descansar eternamente y que él no me olvide
Que me repita (siempre que necesite oír su voz): ¿Viste a Dios hoy, padre?
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