Entre las decenas de anécdotas sobre Puerto Quequén que puede contar Emilio Meyer Arana, la más sorprendente no tiene que ver con sus tareas de práctico, sino con las inundaciones de 1980.
El 29 de abril, cuando regresaba a su casa desde Quequén, después de haber intentado en vano sacar de su varadura al buque Anna C, Meyer Arana y personal de Prefectura que lo escoltaba, casi caen al río cuando el puente Ignacio Ezcurra comenzó a derrumbarse.
“Vi que uno de los hombres de Prefectura comenzó a hacer señas desesperadas y escuché un ruido extraño”, recordó Meyer Arana. Mientras su auto y el vehículo de Prefectura hacían marcha atrás, vio como el puente comenzaba a caer, empujado por toneladas de basura que arrastraban las aguas del Quequén.
Debió volver a su casa por el Puente Colgante y horas más tarde lo volvieron a llamar por teléfono debido a que muchos de los buques amarrados en el puerto habían cortado amarras. “¿Pero cómo hago para cruzar?”, quiso saber. Era de madrugada y afuera llovía con intensidad.
Le dijeron que debía dejar el auto del lado de Necochea y cruzar el Puente Colgante a pie. Del otro lado lo esperaba un vehículo de Prefectura Naval.

El marino
Emilio Meyer Arana nació en el barrio porteño de Villa Devoto, hace 81 años. De chico venía en vacaciones a nuestra ciudad, pero nunca pensó que con el paso de los años trabajaría en Puerto Quequén.
Tal vez influenciado por un pariente que era un alto oficial de la Marina de Guerra, Emilio ingresó a la Escuela de Marina Mercante.
Su paso por la escuela coincidió con un suceso poco común: el centenario del fallecimiento del General San Martín. En 1950 los estudiantes de la Escuela de Marina Mercante debieron desfilar junto a las Fuerzas Armadas, a pesar de que no estaban entrenados para ello y que los fusiles que debían cargar eran tan obsoletos como pesados.
Meyer Arana aún recuerda aquel desfile como una experiencia muy particular. “Fue el año que el General Perón desfiló en su caballo pinto”, recordó.
Poco después tuvo oportunidad de embarcarse en un buque de la Flota Mercante del Estado, el Río Belén, que transportaba carnes a Europa.
La nave partió de Buenos Aires, tocó puerto en Montevideo, Santos, Río de Janeiro y luego cruzó el Atlántico hacia las Islas Canarias. Desde allí, el Río Belén navegó por el Mediterráneo hasta Haifa, un puerto del Norte de Israel.
Tras descargar carne en Israel, el Río Belén inició su regreso y amarró en los puertos italianos de Trieste, Venecia y Genova, también pasó por Marsella y Barcelona, para luego volver al país.
Meyer Arana realizó dos viajes en aquel buque. “La Flota Mercante del Estado era algo espectacular. Lamentablemente todo eso se perdió”, dijo el joven marino, que luego fue contratado por la Sociedad Anónima Importadora y Exportadora de la Patagonia.
Aquella empresa transportaba en sus buques mercaderías desde y hacia la Patagonia.
Pero a mediados de los años 50 el transporte terrestre remplazó al marítimo. Meyer Arana aún no comprende cómo pudo haber sucedido, teniendo en cuenta que hasta la fecha no hay autopistas entre Buenos Aires y la Patagonia.
Tras el cierre de aquella sociedad, ingresó a la tripulación de los barcos de carga de la Marina Mercante, que transportaban mercaderías a bajo costo hacia la Patagonia.
“Estuve 14 años en transportes navales, siempre viajando hacia el Sur”, explicó.
Luego, en sus últimos años en la Marina Mercante, fue contratado para integrar la tripulación de un barco petrolero que debía cubrir la línea entre San Juan de Puerto Rico y Venezuela.
Debían transportar nafta especial. “Pero en el primer viaje, cuando llegamos a puerto y sacaron las muestras, la nafta, que era blanca, se había puesto negra. Es que el buque había transportado petróleo crudo durante años y nunca le limpiaron los tanques”, explicó.
Debido a ello, el barco fue enviado a la costa oeste de Estados Unidos, para transportar fuel oil de Los Angeles a Vancouver.
“Estuvimos casi ocho meses en esa línea. Pero el fuel oil se enfriaba y la descarga, que debía tardar horas, se demoraba tres días”, recordó.
Por eso los propietarios decidieron dar de baja al barco y lo mandaron con toda su tripulación a Taiwán, para el desguace. “Fue una experiencia muy dura, pero muy linda”, señaló Emilio.
Pasó sus últimos años de marino mercante en buques petroleros de la empresa Esso.
Trabajaba allí cuando se produjeron tres vacantes de prácticos en el Puerto Quequén.

Mar de fondo
Si bien a Meyer Arana le gustaba la navegación, quería pasar más tiempo con su familia y era un enamorado de Necochea, así que vio en aquel trabajo una gran oportunidad.
Los dos prácticos de aquella época en Puerto Quequén eran Juan Carlos Madera y Adolfo Suárez y la administración de la estación marítima deseaba añadir otro especialista.
Entonces Madera y Suárez decidieron irse a Buenos Aires y se produjeron las tres vacantes que finalmente ocuparon Meyer Arana, Samuel Freiler y Adrián Soiza.
Debieron pasaron un riguroso examen que se tomaba en Ministerio de Marina.
En el año 1971, cuando comenzaron a trabajar, la Escollera Sur era más corta, el puerto tenía menor calado, no había iluminación y tampoco un sistema de balizamiento que permitiera operar de noche. Ni siquiera estaba dragada la denominada Pileta de Quequén.
“Lo más temible es el mar de fondo”, explicó Meyer Arana. Se trata de un fenómeno que afecta especialmente a Quequén porque la boca del puerto apunta hacia el Sudeste. “Todos los temporales y el mal tiempo que se producen en el Atlántico Sur repercuten acá”.
A los condicionamientos climáticos y naturales, se le sumaban en aquella época otros inconvenientes, como que los remolcadores eran a vapor.
No obstante, en los años en que Meyer Arana y su amigo Freiler estuvieron en Puerto Quequén, se lograron importantísimos avances. Por iniciativa de ellos se cambió el sistema de balizamiento y también se iluminó el puerto para poder realizar maniobras de noche.
Meyer Arana tiene innumerables anécdotas de las tres décadas que trabajó en Puerto Quequén.
“Hasta que yo me jubilé el largo máximo permitido de los buques para ingresar era de 230 metros. Eran barcos tipo Panamax”, señaló.
“Después vino la privatización del servicio de practicaje, en la época de Menem. A nosotros nos vino muy bien, porque se armó una sociedad y fijamos tarifas internacionales”, señaló.
Emilio se retiró en 2002 y siguió un tiempo ligado al puerto como perito naval. En la actualidad su hijo Cristian Meyer Arana desempeña el mismo trabajo que realizó su padre durante 31 años.

La familia
Emilio Meyer Arana tiene tres hijos Cristian, Teresa María, que es psicopedagoga, y Josefina, que vive en Estados Unidos y es kinesióloga.
De joven había practicado rugby, pero luego cambió ese deporte por el golf. Sin embargo, debió dejar esa actividad por los altos costos.
Cuando en los años 70 se instaló en Necochea, concurrió al Golf Club y se hizo socio de la entidad. No sólo jugó durante muchos años, también llegó a ser presidente del club durante 12 años.
Además, fue miembro del Rotary Club Necochea Playas, que también presidió. También desarrolló una intensa actividad en el Centro Cultural de Necochea.
En la actualidad se dedica a descansar, pero parece tan activo como siempre y cree que Puerto Quequén aún puede crecer mucho.

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