María del Carmen Navarro ha dedicado la mayor parte de su vida a hacer lo que le gusta. Tenía 12 años cuando, con la ayuda de su madre, cortó los primeros moldes y realizó sus primeras costuras. Entonces era un juego y no sabía que aquella era su vocación.
Luego, al final de la adolescencia, decidió seguir a sus amigos y se fue a La Plata a estudiar la carrera de Escribanía. Pero no tardó en darse cuenta de que no era lo que le gustaba y se volcó a lo que realmente le interesaba: corte y confección, moda y diseño.
Allí donde iba llamaba la atención por lo mucho que sabía a pesar de su edad y porque nunca había estudiado.
Pero cuando volvió a la ciudad, después de realizar varios cursos, no se dedicó a la costura, porque su esposo no quería que trabajara y decidió volcarse por completo a la crianza de sus hijos.
Elegancia y buen vestir
María del Carmen comenzó a descubrir el mundo de la costura en la infancia, de la mano de su padre, Alejandro Navarro, quien poseía una sastrería en pleno centro de la ciudad, junto a la tradicional casa Irupé.
Navarro inculcó en sus hijas el buen gusto en el vestir. Insistía en que no sólo debían vestirse bien, también debían pararse y caminar con elegancia.
María del Carmen descubrió en el negocio de su padre el trabajo artesanal de los sastres, los cortes, las medidas y el buen trato a los clientes.
A ella le gustaba bordar, tejer y cocer, así que no tardó en convertir a esas actividades en un juego.
Su madre le cortó los primeros moldes y ella comenzó a experimentar con telas que conseguía en el local del padre.
A pesar de que no tuvo una educación formal todas aquellas experiencias fueron la base de su vocación y más tarde se convertirían en una profesión.
Trabajo secreto
María del Carmen se casó muy joven con Alberto Samprón y tuvo dos hijos: María Victoria y Alejandro.
Su marido no quería que ella trabajara, pero ella no podía dejar la costura. Hacía toda su ropa y la de sus hijos.
Pero algunas vecinas no tardaron en darse cuenta de su talento para la costura y comenzaron a pedirle algunos vestidos. También comenzó a trabajos muy finos con pedrería, ya que no había costureras que pudieran realizar este tipo de trabajo.
Un día su esposo la descubrió realizando un vestido y ella le explicó que estaba aburrida de coser sólo para ella y sus hijos y que algo tenía que hacer.
“Bueno, hace lo que quieras”, fue la respuesta que recibió de su marido, quien para demostrarle su apoyo le regaló una máquina de coser.
A pleno
Hasta entonces, en secreto, había hecho vestidos de 15 años para la hija de alguna vecina, un blaizer, un tapado… Pero en ese momento, con poco más de 25 años, se dedicó de lleno a su pasión.
Se especializó en realizar vestidos de novias y en la actualidad ha perdido la cuenta de las prendas realizadas, algunas realmente espectaculares, con colas de varios metros, pedrería y delicadísimos bordados.
No tardó en llegar el reconocimiento y ello la llevó también a colaborar con la comunidad, ya que con sus vestidos realizó desfiles a beneficio de la Cruz Roja y de entidades del interior del distrito.
Y en el año 80, decidió aventurarse en un nuevo negocio, abrió una peletería en pleno centro de la ciudad.
Pese a ello, no abandonó a sus clientas de alta costura.
Para ese momento, su vida estaba íntegramente dedicada a lo que le gustaba: la alta costura, el diseño, la moda, las pieles…
La misma pasión
En la actualidad María del Carmen ya no trabaja con tanta intensidad y está pensando en enseñar lo que ha aprendido a lo largo de todos estos años.
Al fallecer su esposo Alberto, en 1988, ella decidió cerrar la peletería y luego de pasar un período de duelo, volvió a la costura.
Comenzó a realizar la moldería para una casa de ropa de alta costura de Buenos Aires y de a poco volvió a la actividad.
Asegura que no conoce con precisión el número de vestidos de novia y de 15 años que ha realizado durante su extensa carrera.
Ahora, pesar de que ya no trabaja como antes, María del Carmen se niega a quedarse quieta y no puede con la chispa de la pasión que ha marcado su vida entera.
Artículo publicado en el suplemento Ecos Diarios
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