Doña María sintió un profundo dolor en el pecho. Desde hacía más de media hora estaba sentada frente a la mesa de la cocina, sin poder moverse, confundida...
La angustia y la rabia se le anudaban en la garganta. Entre sus manos temblorosas sostenía dos coloridos papeles. Uno era la factura del servicio de electricidad y el otro la del gas natural. Ambos tenían un enorme cartel en letras mayúsculas y contrastantes: “AVISO DE CORTE”.
Doña María había recibido ambas facturas el día anterior y desde entonces trataba de entender las cifras que debía pagar para que no le cortaran la electricidad y el gas en los siguientes cinco días.
Ambas cifras tenían cuatro dígitos y sumadas significaban más de la mitad de la pensión mensual de Doña María.
Su marido había muerto hacía décadas y si bien en un principio la pensión le permitía vivir holgadamente, en los últimos dos años la inflación había devaluado tanto sus ingresos que apenas le alcanzaba.
Pero hacía unos meses la mujer había tenido que optar entre pagar la comida y los medicamentos que tomaba o abonar las facturas de los servicios. Así se comenzó a atrasar en el pago del teléfono, el gas y la electricidad. No tardaron en cortarle el teléfono y ella no se lamentó, porque no tenía a nadie para llamar.
Los avisos de corte habían llegado cuando a Doña María apenas le quedaban unos pesos para llegar al próximo cobro sin pasar hambre.
“¿Dios mío, cómo voy a pagar esto?”, se lamentó, cubriéndose el rostro con las manos.
Pasaron otros cinco minutos en los que ni siquiera pudo llorar...
Tomó el bastón que estaba apoyado en la mesa, se levantó como pudo y caminó con lentitud hacia su habitación.
Los escasos cinco metros le parecieron más largos que otros días.
Abrió, no sin dificultad, uno de los cajones de la cómoda y apartó la ropa hasta ver en el fondo un revólver y una caja de balas…
Era el arma con el que hacía 20 años su marido se pegó un tiro. Doña María odiaba el “chumbo” ese; no sólo la había dejado viuda, durante años el hijo de puta de su marido lo había usado para amenazarla e incluso para golpearla.
Tomó el arma con un movimiento inverosímil para una anciana que se arrastraba para caminar.
“Tal vez debería pegarme un tiro como ese viejo hijo de puta”, pensó Doña María y tomó el arma con ambas manos. Miró por el caño. Pensó que sólo vería un fogonazo al final de aquel oscuro túnel de metal y todos sus problemas se terminarían… Tomó la caja de balas…
(ESTA HISTORIA CONTINUARA... Leer capítulo 2)
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