Una palabra puede ser cuchillo, destornillador, crema de leche con una frutilla encima, puede ser una piel bronceada con gotitas de sudor como en una publicidad de antitranspirante, puede ser una cachetada picante o una pluma que se acerca a tus pies para hacerte cosquillas.
Por lo general quienes escribimos tratamos de que nuestras palabras estén ordenadas, que sean armónicas, que no desentonen y en ese esfuerzo por pulir nuestros textos la mayoría de las veces los desgastamos demasiado, pierden brillo y se confunden con el montón.
Muy pocos escritores han logrado perdurar llevando sus textos hasta el extremo de la corrección.
Los que quedan en nuestra memoria suelen ser los textos más estridentes, chillones, incómodos, impertinentes…
Días atrás recordaba por aquí a Enrique Jardiel Poncela, uno de esos escritores que son como el mueble que se atraviesa en el camino de nuestro dedo chiquito, el que se ríe cuando tropezamos, el que mira cuando se escapa un testículo o una teta… en otras palabras, un hijodelagran… un inolvidable.
Aquí les dejo algunas frases de ese señor que en las fotos se ve tan correcto, pero tiene manos rápidas, sudorosas y es un toquetón:
“El que no se atreve a ser inteligente, se hace político”.
“El hombre que se ríe de todo es que todo lo desprecia. La mujer que se ríe de todo es que sabe que tiene una dentadura bonita”.
“En la vida humana sólo unos pocos sueños se cumplen; la gran mayoría de los sueños se roncan”.
“El amor es como la salsa mayonesa: cuando se corta, hay que tirarlo y empezar otro nuevo”.
“La amistad, como el diluvio universal, es un fenómeno del que todo el mundo habla, pero que nadie ha visto con sus ojos”.
“La sinceridad es el pasaporte de la mala educación”
“Patrimonio es un conjunto de bienes; matrimonio es un conjunto de males”.
“La mujer adora al hombre igual que el creyente adora a Dios; pidiéndole todos los días algo”.
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